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Un Nobel para la economía del cambio: Joel Mokyr y el misterio del crecimiento sostenido

No es normal que las economías crezcan de forma sostenida. Hasta principios del 1800, los episodios de florecimiento económico y cultural, como el Imperio Romano, la edad dorada del Islam, o el p...

No es normal que las economías crezcan de forma sostenida. Hasta principios del 1800, los episodios de florecimiento económico y cultural, como el Imperio Romano, la edad dorada del Islam, o el período Song en China, ya de por sí poco frecuentes, siempre acabaron eclipsados por retrocesos, a veces catastróficos. Hace unos dos siglos, esta dinámica cambió profundamente. Primero la economía británica, luego otras europeas, y eventualmente muchas más alrededor del mundo, comenzaron a crecer de manera sistemática. Esta transformación, acompañada por un enorme aumento del estándar de vida de buena parte de la población mundial, es uno de los grandes rompecabezas de la historia económica. Si bien su causa inmediata fue una clara aceleración en la tasa de avance tecnológico, aún no hay acuerdo sobre qué condiciones hicieron posible esa aceleración, y por qué no todos los países del mundo se beneficiaron de ella por igual.

Joel Mokyr, el profesor de Economía e Historia de Northwestern University recientemente galardonado con el Premio Nobel en Ciencias Económicas, dedicó las últimas cinco décadas a investigar los orígenes del crecimiento económico sostenido. Es autor de numerosos artículos científicos y cuatro libros esenciales: The Lever of Riches (1990), The Gifts of Athena (2002), The Enlightened Economy (2009) y A Culture of Growth (2016). Sin pretender hacer justicia a una trayectoria tan extensa, creemos que tres ideas fundamentales encapsulan la esencia de su pensamiento.

La primera idea gira en torno a qué tipo de invenciones son necesarias para el crecimiento. En The Lever of Riches Mokyr plantea una distinción entre “macroinvenciones”, grandes saltos tecnológicos que rompen con los paradigmas del pasado, y “microinvenciones”, mejoras incrementales que refinan las innovaciones existentes. Su conclusión es sorprendente: la principal característica de la Revolución Industrial no fue la aparición de las primeras, sino la abundancia de las segundas. Es decir, lo esencial no fue la invención del motor de vapor, sino la aparición de mecanismos que adaptaron esa tecnología para distintos usos y la volvieron rentable. La misma idea se puede aplicar a nuestra época: la invención de internet, por ejemplo, no hubiera tenido el mismo impacto sin las pequeñas cosas que han hecho cada vez más fácil usarla, como mejores buscadores o sistemas de seguridad.

Una segunda idea se enfoca en la principal razón detrás de este flujo constante de microinvenciones: la unión entre avances intelectuales e ingenio técnico. Hoy nos cuesta separar los conceptos de ciencia y tecnología. Pero hasta mediados del siglo XVIII, explica Mokyr, estos ámbitos estaban separados. Los artesanos innovaban mediante prueba y error, en general sin entender por qué sus aciertos funcionaban, mientras los eruditos cultivaban el conocimiento teórico sin preocuparse por su aplicación práctica. Estos dos tipos de conocimiento no se comunicaban entre sí. El ‘saber cómo’ de carpinteros o herreros, es decir, las técnicas, métodos y destrezas prácticas que les permitían generar y refinar sus productos, rara vez se conectaba con el ‘saber qué’, los principios científicos sobre cómo funciona el mundo natural, como las leyes de la física o la química, que se desarrollaban en ambientes académicos. Esta desconexión hacía que el progreso pre-industrial fuera errático: los descubrimientos se perdían o quedaban estancados. Solo cuando comenzaron a reforzarse mutuamente, cuando la ciencia empezó a informar la práctica y la práctica a inspirar la ciencia, se estimuló el crecimiento sostenido.

Y aquí entra la tercera idea. En el fondo, para Mokyr la modernidad económica no fue producto exclusivo de la acumulación de capital o la expansión comercial, sino de una transformación cultural. Su motor fue la “República de las Letras”, una comunidad transnacional de científicos, artesanos, y eruditos, que dio a luz a la Ilustración de los siglos XVII y XVIII, estimulando la libre circulación de ideas y la colaboración entre teóricos y artesanos. ¿Qué hizo posible que este desarrollo tuviera lugar en Europa? Mokyr aquí sugiere que fue una combinación excepcional de unidad cultural y fragmentación política. El primer elemento fue apuntalado por el surgimiento de la más peculiar de las organizaciones de occidente: la universidad. Estas casas especializadas en la producción de conocimiento se esparcieron por distintas partes del continente –Bologna, París, Oxford– y crearon una red basada en la presencia de una lengua común (el latín) y en la invención de la imprenta, que redujo el costo de registrar y transmitir conocimiento, facilitando así la comunicación entre sabios de distintos países.

El rol de la fragmentación política es menos obvio, pero igual de importante. Desde la temprana edad moderna Europa estaba dividida en muchos pequeños estados, lo que hacía particularmente difícil que una única autoridad pudiera suprimir ideas disidentes. Si un científico era censurado en un país, podía refugiarse en otro sin gran dificultad. Leonardo da Vinci –por ejemplo– dejó Florencia para trabajar con los Sforza en Milán. Pero cuando Ludovico Sforza fue derrocado por Luis XII en 1500, Leonardo se mudó a Venecia, para luego regresar a Florencia, donde continuó su trabajo. Esta “competencia” entre monarquías en un mundo de intelectuales trotamundos generó un ecosistema más tolerante a la innovación. En China, por el contrario, la rígida unidad política dejaba pocos espacios para el florecimiento de ideas heterodoxas. En lugares más fragmentados, como el mundo islámico después de la caída de Bagdad, no persistió una cultura compartida que conectara a sus intelectuales.

Al promover una nueva actitud hacia el conocimiento basada en la tolerancia intelectual, la puesta en valor de la experimentación, y la confianza en la razón como medio para mejorar las condiciones de vida, esta revolución cultural permitió que los avances científicos se transformaran en innovaciones tecnológicas productivas y acumulativas. El crecimiento económico industrial es el resultado de un proceso inédito de retroalimentación positiva entre invención, ciencia y crecimiento, cuyas raíces se entrelazan con el nacimiento de la misma cultura occidental.

La influencia del trabajo de Mokyr ha sido extraordinaria. Redefinió preguntas fundamentales sobre el origen del crecimiento sostenido y proporcionó un marco analítico para pensar la economía del conocimiento contemporánea. Sus investigaciones sentaron las bases para comprender fenómenos actuales como la innovación tecnológica, la resistencia social al cambio, o la importancia de las instituciones que protegen la libertad intelectual. Al enfatizar que el progreso depende de la apertura al intercambio de ideas y del apoyo sostenido a la ciencia, su obra también ofrece una urgente lección de actualidad: el avance tecnológico no está garantizado, y su continuidad exige mantener vivos la curiosidad, el pluralismo y la cooperación intelectual.

Los autores son profesor plenario de la Universidad de British Columbia (Canadá) y profesor asociado de la Universidad de San Andrés, respectivamente

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/economia/un-nobel-para-la-economia-del-cambio-joel-mokyr-y-el-misterio-del-crecimiento-sostenido-nid19102025/

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