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Josh O’Connor: “Uno de los regalos más grandes de ser actor es que se aprende muchísimo sobre la condición humana”

De todos los actores de cine surgidos del Reino Unido en la última década, el de Josh O’Connor es uno de los ejemplos más interesantes y abiertos en materia de rango interpretativo. Su notable...

De todos los actores de cine surgidos del Reino Unido en la última década, el de Josh O’Connor es uno de los ejemplos más interesantes y abiertos en materia de rango interpretativo. Su notable versatilidad y su talento para la personificación más introspectiva quedó por primera vez a la vista en la serie The Crown, donde le tocó interpretar al príncipe Carlos (actual monarca del Reino Unido) en un momento decisivo de su vida y de la corona británica, marcado a fuego por su vínculo con Lady Di.

Después lo vimos en Desafiantes, de Luca Guadagnino, y en La Chimera, de Alice Rohrwacher; una importante publicación de Hollywood llegó el año pasado a sugerir su nombre como el del próximo James Bond y se sumó al elenco del nuevo (y ultrasecreto) largometraje de Steven Spielberg, que se estrenará el año que viene.

En la semana del estreno en la Argentina de una de sus más destacadas apariciones de su carrera en el cine, como protagonista de Mente maestra (The Mastermind), de la aclamada cineasta independiente estadounidense Kelly Reichardt, incluida en la competencia oficial del último Festival de Cannes, O’Connor (que en mayo último cumplió 35 años) compartió una entrevista virtual con un puñado de medios latinoamericanos, de la que participó LA NACION.

“En las películas de Kelly Reichardt no hay dónde esconderse. Esa es la parte que puede darnos miedo, pero también es lo que hace que sus películas sean como son: una experiencia cinematográfica diferente. No va a estar llena de acción y de explosiones. Te vas a sentar a verla, vas a contemplar su mundo y dejar que los personajes rumien a su alrededor”, dice O’Connor sobre James Blaine Mooney, su personaje en Mente maestra, un hombre que vive en los años 70 con su familia en una pequeña localidad del noreste de Estados Unidos y empieza una vida de desventuras cuando elabora un plan para robar de un museo local cuatro obras de un cotizado pintor abstracto y el golpe no sale de acuerdo con lo previsto.

-¿Cómo fue la experiencia de trabajar con Kelly Reichardt, que según dijiste más de una vez es una de tus directoras favoritas?

-Llegué a Kelly bastante tarde después de ver toda su obra. No fue como Alice Rohrwacher, la directora de La Chimera, a la que le mandé cartas y cartas para poder trabajar con ella. Simplemente supe que me encantaría hacer una película con Kelly algún día. Y empezó a darse cuando me la presentó el director brasileño Karim Aïnouz. Yo conocía a Karim porque una compatriota suya, Carol Duarte, trabajó conmigo en La Chimera. Así que hubo conexión por ese lado. Kelly se acercó, me envió un guión, nos reunimos en Nueva York, tuvimos una conversación agradable y el resto es historia.

-Da la impresión de que disfrutás mucho interpretando personajes como el de Mente maestra, que nunca están completamente dentro del mundo en el que se mueven, como si estuviesen todo el tiempo haciendo y pensando otras cosas.

-La realidad es que todos estamos en varios lugares a la vez y nuestras mentes divagan con mucha facilidad. Es muy común que algo que no podemos saber pase a través de los ojos de una persona. Puede ser dolor, puede ser trauma, pena o pérdida. Yo no siento pena por James Mooney. No creo que sea una persona terrible, pero creo que ha tomado algunas decisiones terribles. La condición humana aparece cuando detrás de la impresión que damos a primera vista descubrimos algún tipo de pérdida o dolor. Con suerte eso se transmite a través de una actuación. Y ese es mi trabajo, supongo.

-Hablaste de La Chimera y tu personaje en esa película, un hombre con un don especial para encontrar objetos arqueológicos ocultos que luego serán robados, tiene varias similitudes con el ladrón de Mente maestra. ¿Estás de acuerdo?

-No. Y te diré por qué. Entiendo las similitudes y mucha gente me las señaló anteriormente. Pero mi teoría es que esas coincidencias se detienen en el robo de obras de arte. Mooney está robando cuadros porque quiere ganar dinero, hacerse un nombre, tener éxito en su vida y mantenerse, tanto a él como a su familia. Arthur, mi personaje en La Chimera, también roba obras de arte, pero eso es lo que también hacen sus amigos y esa sobre todo es su habilidad. Arthur en realidad está buscando algo más profundo y menos cuantificable, y se siente a mitad de camino entre el mundo real y otro sitio.

-Te toca a menudo interpretar a personajes que están al borde del fracaso o de una especie de autodescubrimiento. ¿Qué te interesa más de ese viaje interpretativo?

-Lo que pienso y siento sobre la vida es que estamos haciendo descubrimientos todo el tiempo sobre nosotros mismos. Y si somos lo suficientemente afortunados seremos gracias a ellos capaces de cambiar nuestra existencia, adaptarnos, crecer y convertirnos en mejores personas. Interpretar personajes que están en medio de ese camino es para mí la cosa más perfecta del mundo. Me interesan esos grandes momentos, aquellos que no notamos cuando estamos metidos dentro de ellos.

-Mente maestra se destaca, entre otras cosas, por la presencia de silencios muy poderosos y expresivos en algunas escenas clave. ¿Cómo llegaste a ellos? ¿Hubo ensayos o improvisación junto a la directora en la preparación de esos momentos?

-Kelly es una directora brillante, el guion que escribió es perfecto y no hubo necesidad de cambiarlo aplicando algún tipo de improvisación. Pero al mismo tiempo es cierto que esos silencios son muy reales. Por ejemplo, hay una llamada telefónica al final de la película. Y en el guión está expresamente mencionado que uno de los personajes no dice nada. Así lo filmamos.

-¿Te gusta el arte? ¿Conocías la obra de Arthur Dove, el pintor abstracto que pintó los cuadros que en la película son robados por tu personaje?

-Me encanta el arte, pero no estaba antes de la película muy familiarizado con la obra de Arthur Dove. Sabía del impacto de su obra en Estados Unidos y su influencia entre los artistas surrealistas y expresionistas. Vengo de una familia artística: mi abuela era ceramista, mi abuelo era escultor. Mi madre trabajaba de partera, pero hacía arte, y mi tía es artista textil. Crecí rodeado de arte y yo mismo también lo hago. Nunca pensé en robar obras de arte, pero debe ser algo muy divertido, sin duda .

-Mooney, en la película, está muy frustrado y desconectado con lo que pasa en su propio país y en la sociedad en ese momento, marcado por la agitación política que vive Estados Unidos durante los años 70. A la vez, esa misma realidad lo moldea. ¿Ves algún paralelismo entre el derrotero de tu personaje en ese momento y el mundo en el que vivimos hoy?

-Veo muchos. La película está ambientada en otoño de 1970, en los inicios de lo que podríamos llamar la era de la posverdad. En ese momento robar un museo en teoría era mucho más factible que hoy. No había cámaras ni seguridad de alta tecnología. ¿Por qué Mooney hace lo que hace? ¿En qué diablos está pensando? Económicamente está bien, no lo necesita, pero tiene que haber una razón.

-¿Cuál sería?

-Recuerdo que me mudé por primera vez a Londres en una época de muchos disturbios. Había gente saqueando tiendas. En ese momento pensaba que muchos lo hacían porque no podían pagarse un televisor más grande. Sin embargo, están sujetos al mismo marketing y la misma publicidad que todos nosotros. Vivimos en una época de inmensa desigualdad. Me acuerdo que filmamos la película en Cincinnati, Ohio, el territorio de J. D. Vance, el actual vicepresidente de Estados Unidos, justo para las elecciones. Y allí la gente votó muy fuertemente en favor de Donald Trump. Fue un momento muy extraño para todos.

La condición humana

-¿Hiciste algún tipo de investigación previa para entender a tu personaje, una especie de soñador de pueblo pequeño que se cree dueño de una mente capaz de organizar y llevar adelante un robo como este?

-Para el personaje, no. La mayor parte de mi investigación previa tuvo que ver con la época, a comienzos de la década del 70. Lo más impactante para mí fue observar cómo estaban empezando a cambiar los comportamientos de género en ese momento. Terry, la esposa de mi personaje, tiene un trabajo y es la que provee ingresos al hogar familiar. ¿Cómo afecta eso a un hombre cuyo padre y él mismo crecieron pensando que el hombre es el que provee y su esposa se queda en casa con las tareas del hogar y cuidando a los hijos? ¿Afecta todo eso también a su ego de alguna forma? También está como telón de fondo la guerra de Vietnam. Antes ibas a la guerra y te consideraban un héroe. Ahora, con Vietnam a la vista, todo eso empieza a cuestionarse. Fue un momento de cambio realmente interesante.

-Lo que más impresiona de tu trabajo en el cine es el trabajo introspectivo que desarrollás con tus personajes. El príncipe Carlos de The Crown, el Arthur de La Chimera, el tenista de Desafiantes y el protagonista de Mente maestra muestran una vida interior muy profunda. ¿Cómo trabaja un actor ese aspecto de la personalidad?

-Uno de los regalos más grandes de ser actor es que se aprende muchísimo sobre la condición humana. Podemos ponernos por un tiempo en la piel de otra persona y tratar de pensar como ella. Un ejemplo perfecto es el del príncipe Carlos en The Crown. Yo soy socialista y republicano declarado, y de entrada la idea de interpretar al Príncipe de Gales me parecía una pérdida de tiempo. Por eso de entrada dije que no cuando me ofrecieron el papel. Hasta que Peter Morgan, el showrunner de la serie, me dijo algo importante: “Olvidate de quién es esa persona. Imaginate en cambio a un personaje que necesita que su vida adquiera algún significado, y para lograrlo su madre tiene que morir”.

-¿Y cuál fue tu reacción?

-¡Esto es genial! Peter tenía razón. Ahora amo al príncipe, el actual rey Carlos III, pero al mismo tiempo siento pena por él y por toda su familia. Son las grandes víctimas de toda esa realidad. No tuvieron la oportunidad de elegir sus propias carreras. Por eso creo que ponerse en el lugar de ellos es una buena lección para la vida. ¿No sería genial empatizar un poco más con la gente a la que de entrada rechazamos? Si pudieras sentarte con ese votante de Trump al que dejaste de hablarle y tratar de entender a qué le tiene miedo, quizás podríamos avanzar un poco más.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/cine/josh-oconnor-uno-de-los-regalos-mas-grandes-de-ser-actor-es-que-se-aprende-muchisimo-sobre-la-nid19102025/

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